
En ese relato oral que ahora llega al papel, el más universal de los escritores argentinos reveló cinco años antes de su muerte en 1986 en Ginebra la razón de su longevidad: "el agua de tortuga" que bebió en su infancia.
"Sentado en un sillón verde, con bastón, muy viejo, estaba Borges", se lee en las páginas del cuento infantil con ilustraciones de Diego Alterleib, lanzado por el sello Pequeño Editor durante la actual 43 Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
El encuentro se concretó después de que la maestra se enterara de que uno de sus alumnos, José Manuel, era el nieto de Fanny, ama de llaves de Borges, y le pidiera que gestionase la cita. "Entramos con ímpetu de chicos. Lo primero que hicimos fue abalanzarnos sobre los caramelos que (el escritor) tenía en una bandeja en el centro de una mesa", rememora Alinovi en diálogo con dpa.
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Diego Alterleib y Matías Alinovi |
En la casa de Borges en la calle Maipú, en el centro de Buenos Aires, se congregaron unas 20 personas, entre los alumnos del colegio San Marón, la maestra, la directora y Fanny. "Era un departamento muy sencillo, con un living bastante chico", recuerda Alinovi, amigo de José Manuel, con quien compartía sus tardes en la cercana Plaza San Martín.
Alinovi (Buenos Aires, 1972) evoca a ese Borges viejo y ciego que los recibió hace más de tres décadas como "lejano". "Al mismo tiempo le prestábamos mucha atención. Era un momento bastante solemne".

Luego el escritor, uno de los más influyentes del siglo XX, solicitó a los alumnos que le dijeran sus apellidos. Los niños así lo hicieron y él supo de dónde provenían.
Poco después fue "una palabra de mucho peso cuando él dijo 'les voy a contar cómo llegué a ser tan viejo'. Ya nos habíamos sentado en el parqué y eso sorprendió", señala el autor de las novelas "La Reja" y "París y el odio".
Borges, nacido en 1899 en Buenos Aires, refirió que cuando era niño en su casa no había agua corriente y la sacaban de un aljibe. Todas las casas del barrio tenían pozos, que daban al mismo lago debajo de Palermo.
Un vecino puso tortugas de agua en su pozo y en poco tiempo hubo muchísimas. Borges relató que se había dado cuenta de que "el agua que había tomado cuando era chico no era agua, sino agua de tortuga. Y como las tortugas vivían tanto, él también había vivido tanto".

Alinovi, que luego estudió física, concurrió a la cita con un grabador que le dio su madre para la ocasión. "Grabé todo muy obedientemente y durante años escuché esa grabación que obviamente perdí".
Tras la desaparición de ese registro, atesoró el encuentro en su memoria. "Es un recuerdo que yo recuerdo recordar igual hace mucho tiempo. Conté muchas veces esta anécdota desde que soy chico. Mi mamá, mi papá, me decían 'contale a fulano cuando fuiste a la casa de Borges'. De alguna manera se armó un relato canónico, un relato oficial para mí mismo, que yo siempre conté igual. No podría contarlo de otra manera", indica.

A la pregunta de si luego volvieron a tener contacto con Borges, Alinovi apunta que sí, porque el escritor fue a su colegio, invitado a dictar una charla. "Tengo el recuerdo de verlo a él sentado en una silla, con un micrófono. No sé de qué habló".
Y muchos años después de aquella tarde en la que Borges les narró el cuento infantil que nunca escribió, Alinovi reflexiona sobre la figura del escritor argentino: "Ha traído la gloria y la condena de convocarte a la superación literariamente. Colocó la vara muy alta, dejó un desafío y marcó el futuro. Escribir como él, copiarlo, es condenarse, eso es obvio".
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