El Premio Nobel de Literatura sudafricano John Maxwell Coetzee le dio brillo anoche al inicio de la 39 Feria Internacional del Libro de Buenos Aires con una conferencia magistral sobre la censura, durante la cual desgranó su propia experiencia bajo el régimen del apartheid.

Coetzee, quien partió en 2002 de Sudáfrica para instalarse en Australia, relató que reaccionó con incredulidad cuando un amigo le contó que allí el Consejo Australiano para las Artes, organismo dependiente del gobierno, ofrecía apoyo financiero para que los artistas, incluyendo a los escritores, pudieran seguir desarrollando su obra.
"En Sudáfrica el gobierno nunca apoyó a los escritores. El único organismo que alguna vez se creó para escritores tuvo la intención de obstaculizarlos en su trabajo, no de ayudarlos, por eso me sorprendió", señaló en el comienzo de su disertación "Sobre la censura".
"En Sudáfrica nos considerábamos afortunados si el gobierno ignoraba lo que estábamos haciendo", evocó el afamado novelista y ensayista (Ciudad del Cabo, 1940), conocido por su hermetismo.
La censura fue un hecho corriente para los escritores sudafricanos hasta alrededor de 1990, cuando comenzó a desmantelarse la legislación creada bajo el gobierno del apartheid. Bajo dichas normas, para que un libro se pusiera a la venta debía contar con la aprobación de un comité anónimo de censores.

Coetzee desarrolló un interés por la censura como fenómeno histórico general y escribió un ensayo que se publicó en Estados Unidos bajo el título "Giving Offense" ("Contra la censura"). "Allí me refería a los efectos de la censura no sólo en Sudáfrica, sino también en la entonces Unión Soviética y en Europa del Este".
Pero su pasión por el tema resurgió cuando recientemente apareció un libro sobre el sistema de censura sudafricano llamado "The Literature Police", de Peter McDonald.
Grande fue la sorpresa de Coetzee cuando le ofrecieron acceder a los reportes de los censores sobre tres de sus novelas: "En medio de ninguna parte" (1977), "Esperando a los bárbaros" (1980) y "Vida y época de Michael K" (1983).
"Los tres libros en su momento pasaron por el examen y fueron autorizados para su venta en librerías. Ninguno fue prohibido", explicó el primer autor que ganó dos veces el premio Booker, el más prestigioso de las letras inglesas.

Desde entonces, el Premio Nobel de Literatura se interesó cada vez más en la identidad de esos censores. Gracias a esos registros descubriría que no se trataba de "burócratas anodinos", sino que algunos eran escritores o profesores universitarios de Ciudad del Cabo.
"Una consecuencia de esto es que yo diariamente me codeaba con personas que en secreto, al menos para mí, estaban emitiendo juicio sobre si yo iba a ser autorizado a ser publicado y leído en mi país. Sin divulgar sus identidades burocráticas no les parecía raro mantener relaciones sociales cordiales conmigo y posiblemente con otros escritores", consideró el autor de "Desgracia".

"Fui tratado con indulgencia porque un mínimo sector de la población me leería", evaluó. "Los libros que cambian la historia no necesariamente son comprados apenas aparecen y devorados por las masas, que caen de inmediato bajo su influjo y son incitadas a la acción política. Los procesos de la historia son mucho más indirectos y llevan mucho más tiempo, pero eso sería para otra conferencia", advirtió.
Coetzee analizó con escepticismo que "la verdad es que no existe el progreso cuando se trata de la censura: Llevamos el impulso censor en lo más profundo de nosotros". Y concluyó: "Cuanto más cambian las cosas, más iguales permanecen".
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