"Odio las cartas literarias, cuidadosamente preparadas, copiadas y vueltas a copiar; yo me siento a la máquina y dejo correr el vasto río de los pensamientos y los afectos", confiesa Julio Cortázar en su correspondencia, que por estos días se publica en cinco volúmenes, con más de 1.000 cartas inéditas.
El epistolario permite sentir nuevamente a Cortázar "como si estuviera escribiendo en la mesa de al lado", a la vez que pone de manifiesto "la formidable coherencia entre vida y obra" del escritor argentino, apunta el editor y filólogo español Carles Álvarez Garriga. Los tomos 1, 2 y 3 salieron en febrero en Argentina y en abril aparecerán las "Cartas" 4 y 5, con el período que abarca hasta 1984, año de su muerte en París.
En estas "Cartas" (Alfaguara) se restituyen fragmentos suprimidos en la primera edición (2000) a cargo de Aurora Bernárdez, albacea de Cortázar, con colaboración de Gladis Yurkievich. Y como Cortázar guardó muy pocas copias de sus epístolas ("Hay que conocer muy mal a los cronopios para imaginar que guardan cartas"), se consultó a amigos, conocidos y especialistas si atesoraban páginas suyas.
La cifra lograda es impactante: Más de 1.800 cartas, telegramas y tarjetas postales conforman la versión corregida y aumentada de la correspondencia de Cortázar por cuenta de Bernárdez, su primera mujer, y Álvarez Garriga, quienes ya editaron "Papeles inesperados" y "Cartas a los Jonquières". En los próximos meses se publicarán las "Cartas" en otros países de Latinoamérica y llegarán a España a partir de mayo.
Estos textos del cronopio, que respiran humor e ironía, permiten reconstruir la gestación de algunas de sus obras cruciales como "Historias de cronopios y de famas" (1962) y "Rayuela" (1963), así como la consolidación del "boom" de la literatura latinoamericana que lo tuvo entre sus protagonistas.
En las cartas emerge su admiración por Carlos Fuentes y "La región más transparente" ("Con usted hay que tirarse a fondo, devolver golpe por golpe la paliza que nos pega a los lectores con cada página"), Gabriel García Márquez y "Cien años de soledad" ("En estos últimos años, no veo nada comparable a esa novela y a 'Paradiso' de Lezama Lima en nuestras tierras") y Octavio Paz ("uno de los hombres más inteligentes que he conocido entre los poetas").
Y a José Lezama Lima le escribe: "En estas islas a veces terribles en que vivimos metidos los sudamericanos (pues la Argentina, o México, son tan insulares como su Cuba) a veces es necesario venirse a vivir a Europa para descubrir por fin las voces hermanas". Y Cortázar vuelca sus esfuerzos en ayudar a las voces no consagradas, como por ejemplo un joven Mario Vargas Llosa.
A lo largo de cientos de páginas también manifiesta sus desvelos políticos, entre ellos su acercamiento a La Habana. "... si ya no fuera demasiado viejo para estas cosas, y no amara tanto a París, me volvería a Cuba para acompañar la revolución hasta el final", asevera en 1963.
Respecto de su patria, el escritor nacido accidentalmente en Bruselas en 1914 explica a mediados del 60: "Por ahora soy un argentino que anda lejos, que tiene que andar lejos para ver mejor". O con tono más duro: "nada ha cambiado básicamente desde que me fui del país, como no sean los nombres de los jugadores de fútbol, los diputados nacionales y los precios de los trajes".
Del epistolario también surge el ser sensible que extraña a sus amigos: "Creo que la vida enseña a no equivocarse en materia de amistad. Los únicos errores son los geográficos, el absurdo de que unos tengamos que irnos a Francia mientras otros viven en el Uruguay o la Argentina”. Que se ilusiona con las visitas de sus afectos a París y también lamenta sus silencios epistolares, aunque muchas veces se disculpe por no tener tiempo para responderles.
Numerosas misivas están destinadas a sus editores, como su amigo Francisco Porrúa: "Me emociona mucho que usted lleve el afecto y el heroísmo hasta el punto de meter a los cronopios entre dos tapas de cartulina". El cuentista y novelista que corrige con minuciosidad también advierte: "Nada que me manden últimas pruebas, cuando no se puede tocar prácticamente una línea sin que el impresor haga una cirrosis hepática".
Cortázar describe en varias cartas sus andanzas como traductor de organismos internacionales por diversos rincones de Europa y Asia. Trabajo que le resulta sumamente aburrido, pero al que se ve obligado por cuestiones económicas.
Entre las epístolas inéditas que aparecerán próximamente hay un filoso Cortázar que le dispara al danés Niels Blaedel: “...si tuviera que elegir mi peor editor del mundo, me temo que usted sería el elegido”. Asimismo despide al recién fallecido poeta y traductor estadounidense Paul Blackburn como “un amigo maravilloso, el primero y más maravilloso de los cronopios, a los que amaba y dio vida en inglés”.
En 1982 manifiesta gran preocupación por su tercera mujer, Carol Dunlop: "Estoy viviendo un momento harto angustioso de mi vida, porque Carol está muy enferma y por el momento no hay ninguna certeza de que pueda superar una situación que se prolonga desde hace más de dos meses".
Y mucho antes de fijar su residencia en París en 1951, el espigado escritor relata su paso como docente por pueblos de la provincia de Buenos Aires. "Siento que me rodea el vacío, que cualquier cosa es preferible a caer en ese pozo vegetativo que es un Chivilcoy, un Bolívar...”. O aún más lapidario: "Los microbios, dentro de los tubos de ensayo, deben tener mayor número de inquietudes que los habitantes de Bolívar".
"I’ll die a cronopio yet (Seré cronopio hasta la muerte)", pronosticaba Cortázar en 1965. A la luz de su voluminoso epistolario, y mientras los cronopios celebran este año medio siglo de su publicación, se confirma el vaticinio.
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